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Respuesta a la postmodernidad.
Marcela Navarro Hernández (marcelanavh@gmail.com)
Vivimos en una época de transición: el siglo XXI está marcado por el desconcierto y por el no saber a dónde dirigirse. El hombre actual está reclamado por una serie de estímulos que no le permiten –en muchas ocasiones- pararse a reflexionar sobre su propia vida. Da la impresión de que mucha gente camina sin rumbo fijo, sólo alimentando sus necesidades materiales más inmediatas, sin preocuparse por cultivar su espíritu.
La ideología de nuestro tiempo, denominada postmodernidad, es evasiva y múltiple y se resiste a ser plenamente caracterizada y clasificada. Se puede decir que tiene tres notas fundamentales: es polimorfa, porque representa múltiples caras y matices; es además acumulativa, pues no pretende destruir el pasado, como otras tendencias revolucionarias, sino asimilarlo; y finalmente, es una corriente ambigua, porque ante ella se abren caminos dispersos y aún contrarios, que pueden ser muy beneficiosos o prejudiciales para el hombre.
El postmodernismo es una corriente de pensamiento con serias repercusiones en la vida diaria, pues hay un desprecio de la razón y el hombre parece estar enajenado por todas las influencias que la existencia le propone.
La respuesta a la postmodernidad es la formación de hábitos, pues su principal incidencia se da por la exaltación del placer sobre la razón y del sentimiento sobre la voluntad. El hombre postmoderno se comporta como lo hace porque no es dueño de sí mismo, sino que sus pasiones lo son de él. A través de hábitos buenos el ser humano puede autoposeerse y lograr el autodominio personal. Con estas cualidades puede descubrir cuáles son los valores a los que le conviene adherirse para ser feliz y distinguirlos de los dis-valores, tan frecuentes en nuestra época y que tienen gran cartel. Hay una abundancia de adicciones que esclavizan la voluntad y no la permiten ser libre: drogas, alcohol, internet, sexo desordenado, compras, juegos extremos, telenovelas, comida en exceso, por citar algunas.
Quizá una de las causas principales de la situación difícil que vivimos hoy en día en el terreno educativo es la debilidad de la voluntad, la aversión al esfuerzo, principalmente al esfuerzo permanente.
La educación consiste en poner en juego sentimientos poderosos para crear hábitos de pensar y de actuar. Para que la voluntad se incline de modo estable a realizar las operaciones que le son propias y a buscar con ellas la consecución de la felicidad, ha de ser modificada y perfeccionada por las virtudes que residen en ella y en las tendencias sensitivas en cuanto gobernadas por la voluntad. La virtud es la capacidad de discernir y elegir lo más acertado para cada caso concreto. Cuando una persona adquiere esos hábitos estables vive una vida informada por el realismo, la moderación, el equilibrio, la objetividad, la serenidad, la prudencia, la responsabilidad, la capacidad de análisis, la reflexión, el control emotivo, un nivel bajo de frustración, la capacidad de decisión y una gran seguridad.
Podemos concluir con la afirmación del principio. La formación en hábitos y más específicamente en virtudes intelectuales y morales es el gran reto de la postmodernidad. Para nadar contra corriente y lograr grandes metas es necesario que la voluntad, a través de la educación del esfuerzo, pueda enfrentarse activamente a las circunstancias que le rodean y salir airosamente.
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